Y regresé a la maldición del cajón sin su ropa.
Volviéndome loco.
Yo apenas prometía no agobiarla.
Ay, cuánto la quería!
El portazo sonó como un signo final de interrogación:
Qué decides?
Era mi princesa de frente alta y ojos tristes.
Era mi alimento.
Ella quería poco, ella tenía razón. Ella no pedía siquiera
dos veces por semana, quería poder decir volvamos a empezar
muchas muchas veces.
Y yo preguntándome si moriría por ella.
Por ella. Por qué.
Porque amor que no mata muere?
Y cuando muera escucharé por qué lo hizo,
y tendrá sentido. Quedaré mirándome a un espejo,
y viendo alguien para quien aquello tendrá sentido.
domingo, 21 de novembro de 2010
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