domingo, 14 de outubro de 2007

Português: Sobre o acordo ortográfico da língua portuguesa

Quando eu era criança, o mes de ``Septiembre'' passou a chamar-se ``Setiembre''. Essa mudança pode parecer menor para um acadêmico, para um professor universitário, noentanto para a criança que eu era constituiu uma crise de grandes dimensões. O porquê daquela importância exagerada não veio de minha preocupação pelas despesas das bibliotecas das escolas para a renovação de seus textos. Ela também não veio de imaginar as corruptelas por trás daquela mudança, nem perdi o sono por ter que modificar não só a grafia de uma palavra familiar mas também a sua pronúncia. Minha crise começou, e ela ainda persiste, quando notei que, embora minha professora escrevesse sempre ``Setiembre'', meus pais continuavam datando seus cheques em ``Septiembre'' e os bancos oficiais não encontravam nenhum problema em aceitá-los. Naquele preciso momento eu comecei a sentir-me imerso em uma esquizofrenia social crônica. Minha curiosidade levou-me a estudar quais ``Septiembres'' eram aceitos: Na prova de língua... nunca. Na prova de ciências sociais... quase nunca. Na prova de matemáticas... quase sempre...

Minha mãe, percebendo meu interesse obsessivo naquela questão, passou a escrever ``Setiembre'', mas já era tarde. Para uma criança, a língua é coisa séria. Mais séria que para um literato ou um acadêmico, sem dúvida, porque na infância a língua e o raciocínio crescem juntos como osso e carne. As crianças adoram as regras e odeiam as exceções, e sobretudo odeiam que as regras sem exceções sejam descumpridas!

Eu não sei como é ensinada a língua portuguesa nas escolas na época atual. Talvez não se fale de regras estritas, talvez a professora não coloque uma nota ruim por escrever ``baptismo'' (de fato, essa grafia é aceita pela Academia Brasileira de Letras!) ou por colocar alguns tremas a mais ou a menos. Se esse for o caso, se a política ortográfica das escolas tornou-se mais flexível nos últimos trinta anos, então o acordo pode resultar bom ou ruim, dependendo de se ele atingir seus objetivos ou não. Porém, se a principal conseqüencia do acordo vai simplesmente ser que as crianças apreendam regras supostamente rígidas que tudo mundo deveria cumprir e ninguém cumpre, então o prejuízio moral vai ser infinitamente maior do que qualquer benefício diplomático, jurídico, ou ambiental.

A modo de posdata talvez devo admitir que ainda escrevo ``Septiembre''... É mais ``chic'', não acha?

quinta-feira, 6 de setembro de 2007

Citas I

“Começei a ficar irritadiça, inquieta, era como se tivesse medo de assumir a responsabilidade de tamanho amor. Queria vê-lo mais independente, mais ambicioso. Você não tem ambição? Não usa mais artista sem ambição, que futuro você pode ter assim? Era sempre o saxofone que me respondia e a argumentação era tão definitiva que me envergonhava e me sentia miserável por estar exigindo mais. Contudo, exigia. Pensei em abandoná-lo mas não tive forças, não tive, preferi que nosso amor apodrecesse, que ficasse tão insuportável que quando ele fosse embora saísse cheio de nojo, sem olhar para tras.” Lygia Fagundes Telles, em Oito contos de amor, conto de 1986.

“Eu estava naquela avenida quando ela passou por mim em sentido oposto. Isso durou apenas alguns segundos. Ela usava um vestido preto leve, muito fluido, como se fosse de seda acetinada. O seu corpo era atlético, alto e magro. Os cabelos negros e lisos estavam cortados à la garçonne. O vestido e o corpo eram indissociáveis, um só objeto confundido, levado por um andar de elegância perturbadora. O vestido, muito decotado, não tinha mangas, e a mulher, de saltos altos, não ostentava jóia alguma. Sua beleza era inesquecível. Tive a sensação de ter me queimado com a sua passagem.” Rubem Fonseca, Bufo & Spallanzani, 1985.

“E a mulher amada, de quem eu já sorvera o leite, me deu de beber a água com que havia lavado sua blusa.” Budapeste, Chico Buarque, 2003.

domingo, 5 de agosto de 2007

Carta a un hijo (A hora da estrela)

El texto completo. El texto puro. Todo texto podría escribirse así y también podría afirmarse que ninguno debería escribirse así. Una relación completa de consciente e inconsciente, la totalidad del momento. Y ahora vuelvo a la palabra relación, porque escribí relación en cuanto acción de relatar. Lo de relacionar consciente e inconsciente lo dejo para los charlatanes, yo sólo relato. Escribir el documento maestro de un texto, detallar todos los datos que permitirían reconstruir el instante mismo en que el texto fue escrito, y que, con una matemática digna de un canon barroco, el documento maestro del texto coincidiera con el propio texto. Parece imposible pero seguramente no lo es. En cualquier caso lo es para mí. Esta idea que se demora en resultar clara por más que lleno líneas es el punto de partida. Sólo resulta claro al intentarlo. Para quien lo intente (aclaro que se trata de un ejercicio simple) todo lo que ya escribí se vuelve innecesario, pero ya lo escribí, y puedo borrarlo pero borrarlo no soluciona nada, haberlo escrito es un Hecho, y borrarlo sería un nuevo Hecho que no anularía el anterior sino que se sumaría a él. En la gimnasia del texto completo y puro en seguida se percibe la importancia de dos cosas: La importancia de Yo, la importancia protagónica del Yo que escribe, que narra, que puedo existir o no con cuerpo, que para existir sólo preciso declararlo… Existo. Puedo escoger mi nombre, mi sexo, mi edad, basta con declararlos… Gustavo, varón, cuarenta y tres años. Bueno, basta! La segunda cosa de máxima importancia son los Hechos. Cualquier Hecho, por pequeño que sea, pero que sea duro, consistente, que sea un Hecho estricto. La materia surge de Mí y de los Hechos, eso es todo, esa es la materia prima y el resultado final. Basta, basta, hasta yo estoy agobiado! Parece que no digo nada porque justamente digo todo, es una espiral. Es como ocurre con los micrófonos cuando acoplan, el sonido del parlante entra por el micrófono que lo amplifica y lo vuelve a enviar al parlante que lo envía al micrófono para amplificarlo y emitirlo y captarlo y emitirlo aún más fuerte. Es un ruido sin sentido (su único sentido es la idea de que el tiempo que tengo para escribirlo es finito). Pasado un tiempo se aquieta, se detiene. En ese momento dispongo de energía para introducir un Hecho, tratando de que perturbe lo mínimo indispensable el sonido a viento o a mar que dejó la excitación anterior. Tratando de que el nuevo Hecho produzca la mínima reflexión posible. Porque la menor reflexión, esa es la idea una vez más, debe ser relatada. El Hecho es que acabo de volver de una fiesta en un club. He ahí un Hecho. No importa qué club fue, ni qué día es hoy, ni en qué ciudad estoy. Ya bastante agotador es relatar los Hechos esenciales como para detenerme en datos circunstanciales. Importa decir que se trató de una fiesta de tipo familiar. La gente asistía con su familia, el lugar estaba lleno de chicos. No es que fuera una fiesta para chicos, era una fiesta para todos. Aclaro que la fiesta no tuvo nada de excepcional. No estoy escribiendo sobre la fiesta. Necesito mencionar la fiesta porque acabo de llegar de ella y apenas pueda me referiré a un único Hecho que ocurrió allí, en ese momento. Un Hecho que resulta irrelevante si se lo compara con muchos otros Hechos que podría relatar, pero que no estoy relatando aquí. Podría decirlo en tres palabras. Incluso creo que no puede decirse en más de tres palabras de tan simple que es. Sólo que quedo atrapado… Se nota que quedo atrapado? Quien no lo note que lo intente. Tengo que esperar que las olas generadas por el viento de los pocos Hechos que ya conté decaigan, de lo contrario no puedo seguir. Como un ataque de tos, cuando hablar causa ataques de tos. Decir una palabra y tener que esperar que el ataque de tos cese para poder decir otra, que causará otro ataque. Borraría ya mismo ese ejemplo deprimente, si pudiera. Como cuando al contar un chiste da un ataque de risa, ese ejemplo es mejor. Tener que esperar que el ataque de risa cese para poder seguir contando el chiste. Un par de palabras y otro ataque. Hay gente a la que no le ocurre nunca, pero si me preguntaran diría que la felicidad es un ataque de risa contándole un chiste a mi hijo después de comer. La felicidad es eso porque mi hijo mirándome también tiene un ataque de risa que no consigue controlar para decirme lo que quiere decirme en ese momento, que es “Papá, no te rías tanto y seguí contando el chiste”, lo cual tampoco tiene sentido porque si ya nos estamos riendo los dos… para qué hace falta el chiste? Basta, basta, estoy extenuado! Tendría que hablar sobre los ataques de risa de la sobremesas de la infancia, con mis padres y mis hermanos. Será que todas las definiciones de felicidad se refieren a la infancia? Me detuve a detallar el ataque de risa con mi hijo porque este texto es apenas una breve carta a mi hijo. Una carta lacónica que contiene apenas un Hecho simple, de tres palabras o cuatro o cinco, pero no más. Por ser el documento maestro del texto que es la carta a mi hijo, no está dirigida a mi hijo, es impersonal, dirigida esencialmente a mí mismo. Pues ya dije que aquí sólo estamos los Hechos y Yo, no hay nadie más ni nada más. El resto son ondas que se extinguen. El resto es una cuerda vibrante. Durante la fiesta lo que ocurrió fue que tuve unos deseos enormes de que allí estuviera mi hijo. El Hecho es el deseo. El Hecho de haber deseado visceralmente estar con mi hijo a mi lado en la fiesta, sentados lado a lado, relajados, mirándonos de vez en cuando con mirada cómplice, implica otro Hecho, obviamente, que es que mi hijo no estaba allí. Pero yo estoy hablando del Hecho del deseo, como uno habla de la lluvia sin hablar de las nubes, aunque que llueva implique que está nublado. Estos Hechos implicados son desesperantes en este ejercicio del texto completo, y mucho más en este caso en que quiero hablar del deseo y alguien que no se tome el trabajo de comprender que estoy escribiendo absolutamente todo lo que quiero decir podría interpretar que, sin decirlo, estoy hablando de la ausencia. Es desesperante. Y la desesperación genera olas inmensas que tardan mucho en extinguirse. Me siento obligado a defenderme. El Hecho de haber deseado tanto compartir esta fiesta de la que vengo con mi hijo no sólo implica que mi hijo no estaba, válgame Dios (Dios!). Implica para comenzar que tengo un hijo. Para seguir que es un hijo con quien quiero estar y con quien puedo imaginar sentarme lado a lado y de vez en cuando intercambiar miradas cómplices. Así está más claro. Porque si quiero relatar un Hecho con rigor y completitud, quiero que sea ese Hecho que transmita el mensaje de mi texto, si lo hubiera, y no los innúmeros Hechos que elegí no relatar. No estoy escribiendo un menú de Hechos implicados para que cada quien escoja el mensaje tácito que más le apetezca. Estoy escribiendo un Hecho en su mínima expresión, y deteniéndome aquí porque ya está todo dicho.

terça-feira, 12 de junho de 2007

Oficio II (La piedra)

Según parece, se trata de una piedra un poco más pequeña que un puño, compuesta por una multitud de cristales, alargados como columnas, que crecieron hacia afuera desde un núcleo esférico. Cada cristal columnar, casi microscópico, es duro como acero y tiene aristas filosas como de una roca basáltica. No son columnas lineales como cabellos, se bifurcan y estas bifurcaciones se entremezclan, transformando esta medusa policristalina en algo así como una piedra porosa, una esponja de agudas fibras erizadas. Según dicen, el material que la forma, no recuerdo el nombre, es negro azabache y más denso que el plomo. Esta piedra, vamos a llamarla así, creció en el tórax de Márcio Fuentes. Creció desde ser sólo el redondo guijarro central, apoyado en una mucosa, y los vegetales, las carnes, el pan que Márcio comía lo alimentaron. Las fibras afiladas crearon diminutas heridas en el tejido circundante, que se regeneró una y otra vez, encalleció en contacto con las aristas e hizo lugar para las extremidades punzantes que se extendían. Las radiografías de los últimos meses, al decir de los médicos, indican que el proceso de crecimiento se detuvo. También dicen que es inoperable, que el nervio tal y la arteria cual se bifurcan dentro de la piedra.

Mirando a Márcio, descubro a la piedra en sus actitudes. Casi siempre sonríe, la sonrisa relaja el diafragma y el abdomen. Nunca ríe, válgame Dios, el comienzo de una carcajada le debe causar dolor suficiente para quitarle la gracia a cualquier chiste. Hay días que le falta el aire. Me explicaron que la química del cuerpo a veces estira o contrae los cristales. Cuando crecen lo ahogan, respira con medio pulmón pobre Márcio. Pero según dicen, es aún peor cuando se contraen. Esos días, la piedra reconcentra su peso sobre unas pocas fibras y nervios de su interior, la siente colgar como una gota de plomo líquido de su paladar. Esos días Márcio se mantiene sentado, habla poco y camina suavemente con los hombros más altos que el cuello.

Márcio es un hombre atento, servicial, desinteresado y solidario. Nadie aquí lo conoció cuando no tenía la piedra. Me pregunto si habrá sido siempre así. Ahora ya no puede ser de otro modo. En una vida irremediablemente torturada por el dolor no cabe, no tiene motivación alguna el egoísmo.

domingo, 3 de junho de 2007

Oficio I (entrevista nocturna)

El periodista, quizás por pereza o modestia, pidió anoche al artista que él mismo describiera la obra premiada. El artista respondió, textualmente:
Uy, qué compromiso, normalmente son los demás quienes describen mi obra, no yo mismo. A ver si me sale. Esta obra, como ves, parte de una tabla de madera, una tabla gruesa, curtida, vieja. Esa tabla formaba parte de un banco de carpintero. El carpintero se llamaba Miguel, era mi vecino, y trabajaba día a día en su carpintería apenas ganando el dinero para alimentar su familia. Miguel era italiano, su gran ilusión era que un día los trámites de su jubilación italiana terminaran y le enviaran una buena cantidad de euros que le correspondían. Mientras tanto vivía modestamente, esforzándose por no volver a caer en el alcohol, que tanto daño le hiciera. La jubilación llegó al fin, con mucho retraso, tanto que Miguel había muerto unos meses antes, y llego un buen dinero sin duda que los hijos se apresuraron a agotar. Lo primero que hicieron fue demoler la carpintería, que era nada más que una precaria construcción de madera, para agrandar la casa y agregarle un coqueto quincho con parrilla. De esa demolición rescaté esta tabla, gastada y sucia, que es la base de esta obra. La tabla simboliza, creo yo, la vida humana, la esterilidad del día a día, las culpas viejas y verguenzas acumuladas, las traiciones sufridas y ejercidas, el deterioro del cuerpo, las victorias ínfimas que son derrotas. Sobre esta tabla quise basarme y hablar de construcción, por eso aparece sobre ella, como primer elemento, un ladrillo. Como ves, no está en el borde izquierdo, está a una distancia. Esa distancia quizás simbolice el período de gestación, de reflexión creativa. En algún momento pensé que la obra terminaba así, un final abierto y constructivo, dejando el resto de la tabla en suspenso, pero aparecieron otros elementos. Quizás era una obra demasiado optimista para mi naturaleza. Más a la derecha, en un hueco tal vez de un antiguo nudo de la tabla, un nudo que Miguel extrajera por necesidad o por tedio, apoyé un huevo. Un huevo de gallina. Un huevo que, como todo huevo, es misterioso. Puede ser fértil, o no, y con el tiempo debe de haberse ido momificando. Ese huevo es un misterio desecado, es una tentación desagradable, es una curiosidad insana. La obra termina con dos objetos más, muy juntos y casi en el extremo derecho de la tabla. Están juntos porque aparecieron juntos y quisieron permanecer juntos. La obra no trata de la soledad. La obra permaneció, inconclusa, acechante podemos decir, varios meses en mi atelier. Un día sentí que tenía que volver a ella. Tomé un banquito y fui al rincón donde sabía que estaba esperándome. Al sentarme vi que alguien, tal vez una de mis modelos, o uno de mis alumnos, había dejado, allí donde los ves, ese bollito de papel de alfajor y esa lata vacía de gaseosa. Estos elementos, con sus brillos metálicos, con su intención exhausta de cosas cuyo propósito ya fue cumplido, complementaban la obra, la culminaban. Eso sería todo, reconociendo desde luego la impecable iluminación de Thayna India, desde acá si estás escuchando te digo que te quiero, Thayna, y sos simplemente excepcional.