terça-feira, 12 de junho de 2007

Oficio II (La piedra)

Según parece, se trata de una piedra un poco más pequeña que un puño, compuesta por una multitud de cristales, alargados como columnas, que crecieron hacia afuera desde un núcleo esférico. Cada cristal columnar, casi microscópico, es duro como acero y tiene aristas filosas como de una roca basáltica. No son columnas lineales como cabellos, se bifurcan y estas bifurcaciones se entremezclan, transformando esta medusa policristalina en algo así como una piedra porosa, una esponja de agudas fibras erizadas. Según dicen, el material que la forma, no recuerdo el nombre, es negro azabache y más denso que el plomo. Esta piedra, vamos a llamarla así, creció en el tórax de Márcio Fuentes. Creció desde ser sólo el redondo guijarro central, apoyado en una mucosa, y los vegetales, las carnes, el pan que Márcio comía lo alimentaron. Las fibras afiladas crearon diminutas heridas en el tejido circundante, que se regeneró una y otra vez, encalleció en contacto con las aristas e hizo lugar para las extremidades punzantes que se extendían. Las radiografías de los últimos meses, al decir de los médicos, indican que el proceso de crecimiento se detuvo. También dicen que es inoperable, que el nervio tal y la arteria cual se bifurcan dentro de la piedra.

Mirando a Márcio, descubro a la piedra en sus actitudes. Casi siempre sonríe, la sonrisa relaja el diafragma y el abdomen. Nunca ríe, válgame Dios, el comienzo de una carcajada le debe causar dolor suficiente para quitarle la gracia a cualquier chiste. Hay días que le falta el aire. Me explicaron que la química del cuerpo a veces estira o contrae los cristales. Cuando crecen lo ahogan, respira con medio pulmón pobre Márcio. Pero según dicen, es aún peor cuando se contraen. Esos días, la piedra reconcentra su peso sobre unas pocas fibras y nervios de su interior, la siente colgar como una gota de plomo líquido de su paladar. Esos días Márcio se mantiene sentado, habla poco y camina suavemente con los hombros más altos que el cuello.

Márcio es un hombre atento, servicial, desinteresado y solidario. Nadie aquí lo conoció cuando no tenía la piedra. Me pregunto si habrá sido siempre así. Ahora ya no puede ser de otro modo. En una vida irremediablemente torturada por el dolor no cabe, no tiene motivación alguna el egoísmo.

domingo, 3 de junho de 2007

Oficio I (entrevista nocturna)

El periodista, quizás por pereza o modestia, pidió anoche al artista que él mismo describiera la obra premiada. El artista respondió, textualmente:
Uy, qué compromiso, normalmente son los demás quienes describen mi obra, no yo mismo. A ver si me sale. Esta obra, como ves, parte de una tabla de madera, una tabla gruesa, curtida, vieja. Esa tabla formaba parte de un banco de carpintero. El carpintero se llamaba Miguel, era mi vecino, y trabajaba día a día en su carpintería apenas ganando el dinero para alimentar su familia. Miguel era italiano, su gran ilusión era que un día los trámites de su jubilación italiana terminaran y le enviaran una buena cantidad de euros que le correspondían. Mientras tanto vivía modestamente, esforzándose por no volver a caer en el alcohol, que tanto daño le hiciera. La jubilación llegó al fin, con mucho retraso, tanto que Miguel había muerto unos meses antes, y llego un buen dinero sin duda que los hijos se apresuraron a agotar. Lo primero que hicieron fue demoler la carpintería, que era nada más que una precaria construcción de madera, para agrandar la casa y agregarle un coqueto quincho con parrilla. De esa demolición rescaté esta tabla, gastada y sucia, que es la base de esta obra. La tabla simboliza, creo yo, la vida humana, la esterilidad del día a día, las culpas viejas y verguenzas acumuladas, las traiciones sufridas y ejercidas, el deterioro del cuerpo, las victorias ínfimas que son derrotas. Sobre esta tabla quise basarme y hablar de construcción, por eso aparece sobre ella, como primer elemento, un ladrillo. Como ves, no está en el borde izquierdo, está a una distancia. Esa distancia quizás simbolice el período de gestación, de reflexión creativa. En algún momento pensé que la obra terminaba así, un final abierto y constructivo, dejando el resto de la tabla en suspenso, pero aparecieron otros elementos. Quizás era una obra demasiado optimista para mi naturaleza. Más a la derecha, en un hueco tal vez de un antiguo nudo de la tabla, un nudo que Miguel extrajera por necesidad o por tedio, apoyé un huevo. Un huevo de gallina. Un huevo que, como todo huevo, es misterioso. Puede ser fértil, o no, y con el tiempo debe de haberse ido momificando. Ese huevo es un misterio desecado, es una tentación desagradable, es una curiosidad insana. La obra termina con dos objetos más, muy juntos y casi en el extremo derecho de la tabla. Están juntos porque aparecieron juntos y quisieron permanecer juntos. La obra no trata de la soledad. La obra permaneció, inconclusa, acechante podemos decir, varios meses en mi atelier. Un día sentí que tenía que volver a ella. Tomé un banquito y fui al rincón donde sabía que estaba esperándome. Al sentarme vi que alguien, tal vez una de mis modelos, o uno de mis alumnos, había dejado, allí donde los ves, ese bollito de papel de alfajor y esa lata vacía de gaseosa. Estos elementos, con sus brillos metálicos, con su intención exhausta de cosas cuyo propósito ya fue cumplido, complementaban la obra, la culminaban. Eso sería todo, reconociendo desde luego la impecable iluminación de Thayna India, desde acá si estás escuchando te digo que te quiero, Thayna, y sos simplemente excepcional.