domingo, 5 de agosto de 2007

Carta a un hijo (A hora da estrela)

El texto completo. El texto puro. Todo texto podría escribirse así y también podría afirmarse que ninguno debería escribirse así. Una relación completa de consciente e inconsciente, la totalidad del momento. Y ahora vuelvo a la palabra relación, porque escribí relación en cuanto acción de relatar. Lo de relacionar consciente e inconsciente lo dejo para los charlatanes, yo sólo relato. Escribir el documento maestro de un texto, detallar todos los datos que permitirían reconstruir el instante mismo en que el texto fue escrito, y que, con una matemática digna de un canon barroco, el documento maestro del texto coincidiera con el propio texto. Parece imposible pero seguramente no lo es. En cualquier caso lo es para mí. Esta idea que se demora en resultar clara por más que lleno líneas es el punto de partida. Sólo resulta claro al intentarlo. Para quien lo intente (aclaro que se trata de un ejercicio simple) todo lo que ya escribí se vuelve innecesario, pero ya lo escribí, y puedo borrarlo pero borrarlo no soluciona nada, haberlo escrito es un Hecho, y borrarlo sería un nuevo Hecho que no anularía el anterior sino que se sumaría a él. En la gimnasia del texto completo y puro en seguida se percibe la importancia de dos cosas: La importancia de Yo, la importancia protagónica del Yo que escribe, que narra, que puedo existir o no con cuerpo, que para existir sólo preciso declararlo… Existo. Puedo escoger mi nombre, mi sexo, mi edad, basta con declararlos… Gustavo, varón, cuarenta y tres años. Bueno, basta! La segunda cosa de máxima importancia son los Hechos. Cualquier Hecho, por pequeño que sea, pero que sea duro, consistente, que sea un Hecho estricto. La materia surge de Mí y de los Hechos, eso es todo, esa es la materia prima y el resultado final. Basta, basta, hasta yo estoy agobiado! Parece que no digo nada porque justamente digo todo, es una espiral. Es como ocurre con los micrófonos cuando acoplan, el sonido del parlante entra por el micrófono que lo amplifica y lo vuelve a enviar al parlante que lo envía al micrófono para amplificarlo y emitirlo y captarlo y emitirlo aún más fuerte. Es un ruido sin sentido (su único sentido es la idea de que el tiempo que tengo para escribirlo es finito). Pasado un tiempo se aquieta, se detiene. En ese momento dispongo de energía para introducir un Hecho, tratando de que perturbe lo mínimo indispensable el sonido a viento o a mar que dejó la excitación anterior. Tratando de que el nuevo Hecho produzca la mínima reflexión posible. Porque la menor reflexión, esa es la idea una vez más, debe ser relatada. El Hecho es que acabo de volver de una fiesta en un club. He ahí un Hecho. No importa qué club fue, ni qué día es hoy, ni en qué ciudad estoy. Ya bastante agotador es relatar los Hechos esenciales como para detenerme en datos circunstanciales. Importa decir que se trató de una fiesta de tipo familiar. La gente asistía con su familia, el lugar estaba lleno de chicos. No es que fuera una fiesta para chicos, era una fiesta para todos. Aclaro que la fiesta no tuvo nada de excepcional. No estoy escribiendo sobre la fiesta. Necesito mencionar la fiesta porque acabo de llegar de ella y apenas pueda me referiré a un único Hecho que ocurrió allí, en ese momento. Un Hecho que resulta irrelevante si se lo compara con muchos otros Hechos que podría relatar, pero que no estoy relatando aquí. Podría decirlo en tres palabras. Incluso creo que no puede decirse en más de tres palabras de tan simple que es. Sólo que quedo atrapado… Se nota que quedo atrapado? Quien no lo note que lo intente. Tengo que esperar que las olas generadas por el viento de los pocos Hechos que ya conté decaigan, de lo contrario no puedo seguir. Como un ataque de tos, cuando hablar causa ataques de tos. Decir una palabra y tener que esperar que el ataque de tos cese para poder decir otra, que causará otro ataque. Borraría ya mismo ese ejemplo deprimente, si pudiera. Como cuando al contar un chiste da un ataque de risa, ese ejemplo es mejor. Tener que esperar que el ataque de risa cese para poder seguir contando el chiste. Un par de palabras y otro ataque. Hay gente a la que no le ocurre nunca, pero si me preguntaran diría que la felicidad es un ataque de risa contándole un chiste a mi hijo después de comer. La felicidad es eso porque mi hijo mirándome también tiene un ataque de risa que no consigue controlar para decirme lo que quiere decirme en ese momento, que es “Papá, no te rías tanto y seguí contando el chiste”, lo cual tampoco tiene sentido porque si ya nos estamos riendo los dos… para qué hace falta el chiste? Basta, basta, estoy extenuado! Tendría que hablar sobre los ataques de risa de la sobremesas de la infancia, con mis padres y mis hermanos. Será que todas las definiciones de felicidad se refieren a la infancia? Me detuve a detallar el ataque de risa con mi hijo porque este texto es apenas una breve carta a mi hijo. Una carta lacónica que contiene apenas un Hecho simple, de tres palabras o cuatro o cinco, pero no más. Por ser el documento maestro del texto que es la carta a mi hijo, no está dirigida a mi hijo, es impersonal, dirigida esencialmente a mí mismo. Pues ya dije que aquí sólo estamos los Hechos y Yo, no hay nadie más ni nada más. El resto son ondas que se extinguen. El resto es una cuerda vibrante. Durante la fiesta lo que ocurrió fue que tuve unos deseos enormes de que allí estuviera mi hijo. El Hecho es el deseo. El Hecho de haber deseado visceralmente estar con mi hijo a mi lado en la fiesta, sentados lado a lado, relajados, mirándonos de vez en cuando con mirada cómplice, implica otro Hecho, obviamente, que es que mi hijo no estaba allí. Pero yo estoy hablando del Hecho del deseo, como uno habla de la lluvia sin hablar de las nubes, aunque que llueva implique que está nublado. Estos Hechos implicados son desesperantes en este ejercicio del texto completo, y mucho más en este caso en que quiero hablar del deseo y alguien que no se tome el trabajo de comprender que estoy escribiendo absolutamente todo lo que quiero decir podría interpretar que, sin decirlo, estoy hablando de la ausencia. Es desesperante. Y la desesperación genera olas inmensas que tardan mucho en extinguirse. Me siento obligado a defenderme. El Hecho de haber deseado tanto compartir esta fiesta de la que vengo con mi hijo no sólo implica que mi hijo no estaba, válgame Dios (Dios!). Implica para comenzar que tengo un hijo. Para seguir que es un hijo con quien quiero estar y con quien puedo imaginar sentarme lado a lado y de vez en cuando intercambiar miradas cómplices. Así está más claro. Porque si quiero relatar un Hecho con rigor y completitud, quiero que sea ese Hecho que transmita el mensaje de mi texto, si lo hubiera, y no los innúmeros Hechos que elegí no relatar. No estoy escribiendo un menú de Hechos implicados para que cada quien escoja el mensaje tácito que más le apetezca. Estoy escribiendo un Hecho en su mínima expresión, y deteniéndome aquí porque ya está todo dicho.