quarta-feira, 7 de outubro de 2009

Se reían

Se reían. Vos y ella se reían. Comparaban sus rituales familiares con mi cuerpo y se reían. Ambas sabiendo que la otra era un poco dueña de mi cuerpo. No sólo lo sabían por lo que sabían. También lo sabían por mi comportamiento con sus cuerpos. En la manera de besarlas. Cuerpos distintos requieren besos distintos. Los pechos de ustedes son bien diferentes. Pero ustedes notaban que mi boca salía al encuentro de cada uno con el beso justo. Bien diferentes para cada una, pero igualmente fluidos. Nos reíamos. Había unión y libertad. Ustedes conversaban sobre algún éxtasis mío, y jugaban a que mi opinión no importaba. Y yo les explicaba mis detalles más íntimos, los que normalmente no se cuentan. Y les hacía sentirlos. Y se miraban. Yo agarraba la mano de una y la guiaba para que me sintiera. Les intrigaba otra mujer con la misma comunicación conmigo. Les intrigaba físicamente. Siente lo mismo que yo siento? Hay momentos que se siente líquida, gelatinosa, colgada de un punto solo, sin contornos? Cuándo? Yo sentía que pensaban eso. En sus caras. Miradas. No eran miradas de atracción. De curiosidad. Se divertían. Hasta había instantes de camaradería. Pero lo que más se generaban, una a otra, era curiosidad. Curiosidad todo. Pero bastante curiosidad física. Por eso yo, yo y mis sensaciones objetivas, las hacía tocarse. Una a otra. Por pura curiosidad anatómica. La respuesta de una piel y la de otra. El alboroto, en cada tejido, frente al estímulo. Distintas pero correspondientes, miraban a otro lado. Vergüenza de sentir, de tocar, otra expresión de la misma anatomía? A cada rato paraban y simulaban que la risa las traía de otra realidad. Pero qué estoy haciendo, yo. Riéndote. Me decías. Yo lo interpretaba como que querías que te dijera, algo. Y te decía por ejemplo que una vez que se conoce la anatomía, también es fantástico estudiar la fisiología. Sentir la textura variando ante el contacto, la presión. Y variando con el tiempo. Y el ritual del último minuto. Y por qué no el abandono. Dos abandonos no tan distintos. No para ustedes. No se reconocían cada una en el abandono de la otra. Y a mí en ese instante se me confundían. No como la unión de dos partes. No. Se me confundían. No. Yo sé que es difícil. Estoy convencido de que es imposible. Nos haría mal a los tres. No es una fantasía que yo tenga. Es sólo un sueño. Un sueño. No está buenísimo? No voy a sentir culpa por un sueño, no? A quién se le ocurre sentir culpa por un sueño. Pero la culpa es porque me haya gustado? Imposible que no me gustara. Los tres estábamos pasando un momento soñado. No sabés lo que era tu carita. Estabas como en un desasosiego feliz. No sé cómo podría hacer para que aquello no me gustara. A vos te encantaba. A lo sumo podría sentir culpa por desear volver a soñarlo. Sería mejor que no lo deseara? Sería mejor que soñara otra cosa? Qué me convendría soñar? Puedo soñar lo que quiera pero de esos preferís que no te cuente? De esos. De otra mujer. De esos mejor no te cuento? Creo que preferirías que no los sueñe. Los tolerás. Si sueño y estamos sólo vos y yo te gusta más. Hasta te entristece que ella haya aparecido en el sueño. No. Nononó. No pienso en eso. No quiero estar con ella. Sé que no te opondrías a que esté con ella. Preferirías no saberlo. Te alegrás por mí, si me hace bien. Preferís no saber si me hace bien. Te entristecería un poco. Preferirías que nunca esté con ella. Preferirías más. Que nunca hubieras tenido que decirme que no te oponés a que esté con ella. Que no hubieras tenido que decirme que si ocurre preferís no saber. Porque al decir eso todo se vuelve igual. Incluso si ocurre, por respeto a tu pedido no habré de reconocerlo. Por eso, vos preferirías mucho que yo no te contara esos sueños. Pero en realidad preferirías aún más no tener que haberme dicho esto de que no te cuente esos sueños. Porque eso torna irrelevante si los sueño o no los sueño, o cuán seguido los sueño. Nunca más vamos a hablar de ellos. Vuelva o no a tener uno de esos sueños, no lo vas a saber. Eso me pediste. Me cuesta un poco, me encanta contarte como estaba de linda tu cara en el sueño. Pero si no querés saberlo, es que no te gusta que te hable de tu carita en el sueño. Y cada día que te diga que no recuerdo lo que soñé, tal vez vas a pensar que soñé de nuevo en aquello, y yo te voy a tener que decir que no, porque te prometí, tanto lo haya soñado o no. Y un día vas a insistir, y yo voy a creer que querés saber, que cambiaste de idea. Me vas a decir, al oído, cambié de idea, quiero saber. Y un día te voy a contar el sueño. O, si aquella noche fue un vuelo por la nada, te voy a mentir. Porque voy a entender que tenés muchos deseos de oír. Y ese día seguramente te inventaré un sueño parecido con este de anoche, una versión más aguada, creyendo que de verdad te estremece. Y vos lo vas a escuchar sólida, solvente. Te va a salir bien. Pero te vas a quedar triste. Te voy a ver entristecerte. Y tanto si de verdad lo soñé como si lo inventé voy a querer nunca habértelo contado. Una tristeza tuya no vale ningún sueño. Debí entender que me preguntabas para que de nuevo te dijera “nada” y un poquito hicieras como que nada era verdad y no lo que habíamos acordado. Lo que vos habías pedido y yo había automatizado. Debí haber dicho nada. Una tristeza tuya no justifica ningún riesgo. Tonto. Fui. Nunca debí haberte contado este sueño de anoche, en que teníamos un momento tan raro, tan impensable vos y yo... Y ella, es cierto, y ella. Fui muy tonto. Debí haber adivinado que preferías que no te lo contara. Me agarró uno de esos momentos espontáneos. A veces me agarran, sí. Y yo venía tan ensoñado, tan maravillado con aquél momento mágico que había soñado, que te lo conté. Ahora preferiría no haberlo soñado.